El otro día alguien se quejaba en el muro de una amiga sobre las feministas, cabe mencionar que últimamente eso pasa con relativa frecuencia. Alguien ranteando sobre nosotras por diferentes cosas, llamándonos desde poco compasivas y empáticas hasta radicales; también están aquellas que buscan quitarse la etiqueta de cualquier cosa llamada feminista, califican a diestra y siniestra nuestra lucha, la verdadera de la nueva, u otras veces de la vieja lucha. A mí solo me da una profunda tristeza que como mujeres estemos más empecinadas en descalificar a la otra que en crear lazos y construir desde la diferencia. Es verdad que aquellas que asumimos la etiqueta feminista lo hicimos por diversas razones y creemos en la lucha por la equidad, porque, aunque continúe insistiendo, las trincheras son muchas y los caminos son diversos, la lucha sigue siendo la misma, reconocimiento como seres humanos y equidad en derechos y obligaciones. Cabe aclarar que cuando luchamos no lo hacemos solo por las feministas, ni siquiera por las mujeres, lo hacemos por todes. Eso no quiere decir que nos consideremos voceras del mundo o de las mujeres, somos voceras de nosotras mismas y de nuestros colectivos. La sororidad nos da para reconocerte distinte, y si nos lo permites convertirnos en aliades más allá de la etiqueta. Pero divago, la mujer que se quejaba de nosotros decía que el problema era que las feministas somos un montón de mujeres blancas, clase medieras, post universitarias, que desde nuestra casa dábamos voz al movimiento, criticando a las demás que no estaban de acuerdo con lo que nosotras decimos. Me imaginé una especie de reunión de High Tea o una de Ladies who Brunch con mujeres discutiendo el mundo bebiendo té a sorbitos con el meñique levantado, hablando sobre neurodivergencia o bebiendo Bloody Mary’s mientras discuten sobre interseccionalidad, lo cual no estaría mal, siempre y cuando logren ver más allá de sus privilegios. La razón por la cual esta queja me pareció importante es porque justo soy una mujer blanca, de clase media, con una carrera universitaria que trabaja desde su casa y creó su propio espacio para dar voz a lo que cree. Sin embargo, estoy consciente de mis privilegios y no me considero vocera de nadie más. Todo esto es una larga introducción para el tema que nos atañe. Existe un estereotipo de lo que es considerado que debería ser una mujer, y muchas de nosotras estamos muy lejos de cubrir a la perfección todos los puntos de la lista, y para esta cultura binaria existe un punto irreductible para considerar a alguien mujer, y esto es ser cisgénero y de preferencia heterosexual; sin importar lo que nos dicte la cultura, no todas las mujeres son cisgénero y el tener vagina o capacidad reproductiva no nos vuelve una mujer, el mundo no se divide únicamente en rosa y azul, y definitivamente no todes nos identificamos como heterosexuales. El distanciamiento sobre lo que se considera extraño o diferente es la base de discusiones, y leyes absurdas como la de Carolina del Norte, donde obligan a las personas a ir al baño que corresponda a su certificado de nacimiento en espacios públicos, sacando a las personas de lo que pueden considerar como espacios seguros. Toda mujer debería ser capaz de usar un baño público sin experimentar acoso o la posibilidad

Todo lo que sabemos sobre obesidad está mal.

Por décadas, la comunidad médica ha ignorado montañas de evidencia para declarar una cruel y fútil guerra contra las personas gordas, envenenando la percepción del público y arruinando millones de vidas.

Es hora de un nuevo paradigma

Historia: Michael Hobbs.

Fotografías: Finlay McKay

Esta es una traducción del artículo original del Huffington Post «Everything You Know About Obesity Is Wrong.»  falta un tercio de la traducción que iré actualizando.

Del siglo XXVI al siglo XXIX, el escorbuto mató alrededor de 2 millones de marineros, más que las guerras, naufragios y sífilis juntas.  Era también una muerte una fea y mal oliente, comenzando con el castañeo de los dientes y terminando con un cuerpo tan putrefacto de dentro hacia afuera que sus víctimas podían literalmente ser sobresaltados hasta la muerte por un ruido fuerte. Así tan horrible como la misma enfermedad, es el hecho de que la mayor parte de esos 300 años, los expertos médicos sabían cómo prevenir la enfermedad y simplemente fallaron.

En los 1600s, algunos capitanes navales distribuyeron limones, limas y naranjas a los marineros, conducidos por la creencia que una dosis diaria de frutos cítricos evitaría el progreso del escorbuto. La marina británica, desconfiaba sobre el costo de expandir el tratamiento, cambiaron a mosto azucarado de malta, un subproducto de cebada machacado y cocinado que tenía la ventaja de ser más barato pero la desventaja de no hacer nada para curar el escorbuto. En 1747, un doctor británico llamado James Lind realizó un experimento donde le dio a un grupo de marineros rebanadas de cítricos y a otros vinagre, sidra o agua salada.  Los resultados no podrían haber sido más claros. Los tripulantes que comieron la fruta mejoraron con tanta rapidez que pudieron ayudar a los otros mientras languidecían. Lind publicó sus hallazgos, pero murió antes de que alguien llegara a implementarlos casi cincuenta años después.

Ese tipo de miopía se repite a través de la historia. Los cinturones de seguridad se inventaron mucho antes de que fueran obligatorios en los años sesenta. La primera muerte confirmada por exposición al asbesto fue reportada en 1906, pero en EUA no comenzaron a prohibir el químico hasta 1973. Cada descubrimiento sobre salud pública, si importar cuan significativo sea, debe competir con las tradiciones, suposiciones e iniciativas financieras de la sociedad implementándolas.

Nunca había escrito una historia donde tantas de mis fuentes lloraran durante las entrevistas, donde se sacudieran con ira describiendo sus interacciones con doctores, extraños e incluso sus propias familias.

Hace aproximadamente 40 años, los estadounidenses comenzaron a subir de talla. De acuerdo con los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades, casi el 80 por ciento de los adultos y un tercio de los niños cumplen ahora con la definición clínica de sobrepeso u obesidad. Más estadounidenses viven con “obesidad extrema” que con cáncer, Parkinson, Alzheimer y VIH juntos.

Y la respuesta primigenia a este cambio ha sido culpar a la gente gorda por ser gorda. Nos han dicho que la obesidad es una persona fracasando que exprime nuestro sistema de salud, encoge nuestro Producto Interno Bruto (PIB) y debilita a nuestras fuerzas armadas. También es una excusa para fastidiar a una persona gorda con una sola oración e informarles que lo siguiente que harás es por su propio bien. Por lo que el miedo a convertirse en gordo, o permanecer así guía a los estadounidenses a pasar más tiempo cada año haciendo dietas cada año que el tiempo que pasamos jugando videojuegos o viendo películas. Cuarenta y cinco por ciento de los adultos dicen estar preocupados sobre su peso desde un poco hasta la mayor parte del tiempo, esto se ha elevado 11 puntos porcentuales desde 1990. Casi la mitad de las niñas entre 3 y 6 años dicen que se preocupan de estar gordas.

Los costos emocionales son incalculables. Nunca había escrito una historia donde tantas de mis fuentes lloraran durante las entrevistas, donde se aseguraban y rectificaban hasta dos y tres veces que no revelaría sus nombres, donde temblaban de ira describiendo las interacciones con doctores, extraños y hasta sus propias familias. Uno de ellos recordó a los niños cantarle “Bebé Beluga” mientras abordaba el autobús, otra dijo que ha intentado dietas tan extremas que incluso se ha desmayado y alguien más describió las elaboradas medidas que toma para evitar que su esposo lo vea desnudo con la luz encendida. Un técnico médico a quien llamaré Sam (me pidió cambiar su nombre para que su esposa no se enterara de que habló conmigo) dice que un vistazo al espejo puede arruinar su estado de ánimo por días. “Tengo la sensación de estar gordo y no debería”, nos dice. “Se siente como la peor clase de debilidad.”

Mi interés en el asunto es ligeramente más que periodístico, Mientras crecía, el peso de mi madre fue el coprotagonista de cualquier drama familiar, la obvia y silenciosa razón por la cual nunca salió del automóvil cuando me recogía de la escuela, porque desaparecía del álbum familiar por años a la vez y porque pasaba horas preparando pastel de carne y luego se sentaba al lado de nosotros comiendo un tazón de zanahorias. El año pasado, por primera vez hablamos acerca de su peso detalladamente. Cuando le pregunté si alguna vez la acosaron o molestaron, ella recordó a alguien llamarla “bola de grasa” mientras ella pasaba en bicicleta al lado de él hace años.  “Pero eso era raro”, me dijo. “La manera más importante en que mi peso afectaba mi vida era que esperaba para hacer cosas porque pensaba que las personas gordas no podían hacerlo.” Ella obtuvo su título de maestría a los 38 y su doctorado a los 55. “Evité muchísimas actividades donde pensé que mi peso me desacreditaría.”

Pero la historia de mi madre, como la de Sam, como la de todos, no tenía que resultar así. Por 60 años, doctores e investigadores han sabido dos cosas que podrían haber mejorado e incluso salvado, millones de vidas. La primera es las dietas no funcionan. No solo la paleo, Atkins, Weight Watchers o Goop, todas las dietas. Desde 1959, investigaciones han mostrado que el 95 o 98 por ciento de los intentos de perder peso fracasan y dos terceras partes de las personas a dieta recuperan más del peso perdido. Las razones son biológicas e irreversibles. Tan pronto como 1969, investigaciones mostraron que perder únicamente el 3 por ciento de tu peso corporal desacelera tu metabolismo en un 17 por ciento esto es una respuesta del cuerpo a la inanición provocando estallidos de hormonas del hambre y baja tu temperatura interna hasta que subes hasta tu peso más alto. Mantener la pérdida de peso significa pelear con el sistema de regulación de energía de tu cuerpo y luchar contra el hambre, todos los días, cada día, por el resto de tu vida.

La segunda gran lección que el sistema médico ha aprendido y rechazado una y otra vez es que el peso y la salud no son sinónimos perfectos. Sí, casi cualquier estudio poblacional determina que las personas gordas tienen peor salud cardiovascular que las personas delgadas. Pero los individuos no son promedios: Estudios han demostrado que de un tercio a tres cuartos de la población clasificada como obesa es metabólicamente saludable. No muestran signos de presión sanguínea elevada, resistencia a la insulina o colesterol elevado. Mientras tanto, un cuarto de las personas sin sobrepeso son lo que los epidemiólogos llaman “delgados malsanos”. Un estudio de 2016 que siguió a participantes por un promedio de 19 años encontró que las personas delgadas fuera de forma eran dos veces más propensas a padecer diabetes que personas gordas en forma. Los hábitos sin importar tu talla son lo que realmente importa. Docenas de indicadores, desde el consumo de vegetales, hacer ejercicio de manera regular y hasta el poder de agarre, proveen una mejor instantánea de la salud de alguien que tan solo mirarle desde el otro lado de la habitación

La terrible ironía es que, por 60 años, nos hemos aproximado a la epidemia de obesidad como un dietista de moda. Si solo intentamos exactamente lo mismo una vez más, obtendremos un resultado diferente. Y es tiempo de que cambie el paradigma. No vamos a convertirnos en un país más delgado. Pero aún tenemos la oportunidad de convertirnos en uno más saludable.

«Cuando era niña, pensé que los gordos estaban solos y tristes, casi patéticas causas perdidas. Así que quiero mostrar que también podemos experimentar amor. No soy una «amiga gorda» o la chica regordeta de los sueños de algún tipo. Soy genuinamente feliz. Solo desearía haber sabido que era posible cuando era una chiquilla. «- Corissa Ennekin

 

Esta es Corissa Enneking en su peso más bajo: Se levanta, se baña y fuma un cigarrillo para calmar su apetito. Maneja a su trabajo en una mueblería, está parada sobre tacones de cuatro pulgadas todo el día, come una taza de yogurt sola en su automóvil en su descanso para el almuerzo. Después del trabajo, aturdida, con sus pies palpitando, cuenta tres galletas Ritz, se las come en la barra de su cocina y escribe las calorías en su bitácora de alimentos.

O no. Algunos días va a c asa y se va directo a la cama, exhausta y mareada de hambre, temblando en el calor de Kansas. Se levanta alrededor de la hora de la cena y bebe un poco de jugo de naranja o come media barra de granola.

Ocasionalmente solo dormirá durante la noche para despertar al día siguiente y comenzar de nuevo.

La última vez que vivió así, hace unos años, su madre la llevó al hospital, Le dijo al doctor: “Mi hija está enferma. No está comiendo.”  El doctor miró a Enneking de arriba abajo. A pesar de seis meses de hambrunas, ella seguía usando tallas extras, todavía no podía ir de compras a J. Crew, todavía recibía consejos no solicitados sobre dietas por parte de colegas y clientes.

Enneking le dijo al doctor que solía ser de talla más grande, que había perdido algo de peso del mismo modo que lo había perdido tres o cuatro veces antes, viendo que tanto podía pasar sin comer a lo largo del día, intercambiando sólidos por líquidos y comida por dormir. Tenía hambre todo el tiempo, pero estaba enseñándose a que le gustara. Cuando llegaba a comer le daban ataques de pánico. Su jefe estaba comenzando a notar su comportamiento errático.

“Bueno, lo que sea que esté haciendo ahora”, le dijo el doctor, “está funcionando.” La instó a mantenerlo y le aseguró que una vez que su talla fuese lo suficientemente pequeña, su cuerpo comenzaría a procesar la comida de manera diferente. Podría agregar algunos cientos de calorías a su dieta. Su periodo menstrual regresaría. Su talla permanecería pequeña, pero sin tanto esfuerzo.

“Si vieras algo más allá de mi peso”, dice Ennekin ahora, “Tenía un trastorno alimenticio. Y mi doctor me estaba felicitando.”

Pregunta a casi cualquier persona gorda acerca de sus interacciones con el sistema de salud y escucharas una historia, quizá tres, iguales a la de Enneking; ponen los ojos en blanco, hacen preguntas de modo incrédulo, niegan, retrasan o suspenden tratamientos. Suponemos que los doctores son las autoridades confiables para el paciente, son la puerta principal para curarse. Pero para las personas gordas, son una fuente única y persistente de trauma. No importa el motivo por el cual vayas a verlos, te dirán que todo estará mejor si pudieras dejar de comer Cheetos.

Emily fue a una visita ginecológica con una cirujana para remover un quiste del ovario. El médico señalo su grasa corporal en la Imagen por Resonancia Electromagnética (IRM) y le dijo, “Mira esa mujer delgada ahí dentro intentando salir.”

Este fenómeno no es meramente anecdótico. Los doctores tienen citas más cortas con pacientes gordos y muestran una menor conexión emocional en los minutos que tienen. Palabras negativas como “incumplido”, “excesivamente indulgente”, “falto de fuerza de voluntad” se asoman en los historiales médicos con más frecuencia. En un estudio, los investigadores presentaron historiales de caso de pacientes padeciendo migrañas. Con todo lo demás siendo igual, los doctores reportaban que los pacientes también clasificados como gordos tenían una peor actitud y era menos probable que siguieran sus recomendaciones. Y eso es cuando llegan a atender pacientes gordos: En 2011 el Sun-Sentinel hizo una encuesta con gineco-obstetras en el sur de la Florida y descubrieron que el 14 por ciento había excluido a todas las nuevas pacientes que pesaran más de 200 libras.

Algunos de estos doctores simplemente están usando los mismos prejuicios que la sociedad a su alrededor. Un anestesiólogo de la Costa Oeste me dice que tan pronto un paciente de mayor talla está bajo anestesia los cirujanos comienzan a intercambiar “insultos preparatorianos” acerca del cuerpo que están operando sobre la mesa de operaciones. Janice O´Keefe, quien solía ser enfermera en Boston, me cuenta que una vez un doctor la miro, hizo una pausa y después le preguntó, “¿Cómo pudiste hacerte esto a ti misma?” Emily una consejera en el este de Washington fue a una visita ginecológica con una cirujana para remover un quiste del ovario. La doctora señalo su grasa corporal en la IRM y le dijo, “Mira esa mujer delgada ahí dentro intentando salir.”

“Yo estaba preocupada de tener cáncer,” dice Emily, “y ella estaba convirtiéndolo en un momento para aleccionarme sobre mi peso.”

Otros médicos creen sinceramente que avergonzar a una persona gorda es la mejor manera para motivarles a bajar de peso. “Es la última área de la medicina donde se receta amor con mano dura”, dice el investigador de la Clínica Mayo Sean Phelan.

En un artículo de una revista médica del 2013, el bioético Daniel Callahan argumentaba que se debía estigmatizar aún más a las personas gordas. Me dice, “las personas no se dan cuenta que están obesas y si lo notan no es suficiente para estimularlos a hacer algo al respecto.” La vergüenza me ayudó a dejar el hábito del cigarrillo, argumenta que entonces también debe funcionar para la obesidad.

Esta creencia es caricaturescamente contradictoria con una generación de investigación sobre obesidad y comportamiento humano. Como uno de los muchos investigadores sobre estigmatización que respondieron al artículo de Callahan señalaron, avergonzar a fumadores y consumidores de drogas con el programa de educación para resistirse a usar drogas (D.A.R.E. por sus siglas en inglés) con mensajes estilo “solo di no” quizá hayan incrementado el abuso de sustancias haciendo que sea menos probable que los adictos mencionen el hábito a doctores y familiares.

Además, obviamente, fumar es un comportamiento; ser gordo no. Jody Dushay, una endocrinóloga y especialista en obesidad en Beth Israel Deaconess Medical center en Boston, dice que la mayoría de sus pacientes han tratado docenas de dietas y han perdido y recuperado cientos de libras antes de ir con ella. Decirles que vuelvan a intentarlo, pero en términos más duros, únicamente los prepara a fracasar y culparse a sí mismos.

Por supuesto, no todos los médicos se proponen denigrar a sus pacientes gordos; algunos causan daño debido a prejuicios más sutiles e inconscientes. Por ejemplo, muchos doctores están en forma, “Si vas a una conferencia sobre obesidad, buena suerte intentando encontrar una caminadora libre a la 5 A.M.,” dice Dushay además han pasado más de una década de sus vidas en la burbuja de las escuelas médica en un ambiente de grandes desafíos y estrés elevado. De acuerdo con varios estudios, los doctores delgados están más seguros de sus recomendaciones, esperan que sus pacientes pierdan más peso y son más propensos a pensar que hacer dieta es fácil. Sarah (no es su nombre real), directora general de tecnología en Nueva Inglaterra, una vez le dijo a su doctor que estaba teniendo problemas para comer menos a lo largo del día. “Mírame a mí,” le dijo su doctor. “Comí solo un huevo de desayuno y me siento bien.”

También están las evidentes diferencias culturales. Kenneth Resnicow, un consultor que capacita médicos sobre cómo construir un vínculo emocional con sus pacientes, dice que los doctores blancos, adinerados y delgados. Intentan vincularse con sus pacientes de bajos recursos diciéndoles, “También sé lo que es no tener tiempo para cocinar.” Sus pacientes quienes quizá sean madres solteras con tres niños y dos trabajos inmediatamente piensan “No usted no sabe,” y la relación se vuelve agria irremediablemente.

Cuando Joy Cox una académica de Nueva Jersey, tenía 16, fue al hospital con dolor estomacal. El doctor no la diagnosticó con su conducto biliar severamente inflamado, pero de la nada, sugirió que dejara de comer tanto pollo frito. Me dijo, “Se las arregló para denigrar mi gordura y mi negrura en la misma oración.”

«Hay tantas representaciones arrebadas de grupos marginados para silenciar sus voces y enmascarar su existencia. Que ser una directora general mujer, una que además es negra y gorda, significa mucho para mí. Es empoderamiento tanto en la sala de juntas como en mi cuerpo. Soy dueña de todo esto.»Joy Cox

Muchas de las estructuras financieras y administrativas dentro de las cuales trabajan los doctores ayudan a reforzar este mal comportamiento. El problema comienza en la escuela de medicina, donde, de acuerdo con una encuesta del 2015, los estudiantes únicamente reciben 19 horas de educación sobre nutrición en el transcurso de cuatro años de formación, 5 horas menos de las que recibían en 2006. Entonces el problema se agrava en la practica diaria. Los médicos de cuidado primario únicamente tienen 15 minutos por cita, apenas suficiente tiempo para preguntarle a los pacientes qué comieron hoy, mucho menos hay tiempo para preguntar sobre los años que le precedieron. Un acercamiento empático al tratamiento simplemente no es redituable. Mientras procedimientos como análisis de sangre y las tomografías computarizadas (CT) representan tasas de reembolsos por cientos de miles de dólares los doctores reciben tan poco como $24 USD por proveer una sesión de consejería sobre dieta y nutrición.

Leslie Williams, una doctora de medicina familiar en Phoenix, me dice que recibe una alerta electrónica a través de el programa de expedientes médicos cada vez que está a punto de atender a alguien que se encuentra por encima del límite de sobrepeso. La razón es que los médicos frecuentemente están requeridos por la administración del hospital y los proveedores de seguro a probar por escrito que le mencionaron al paciente su peso e hicieron un plan para reducirlo, sin importar si el paciente vino por artritis, un brazo roto o una severa quemadura causada por el sol. No hacerlo resultaría en una evaluación baja en su revisión de rendimiento, bajas calificaciones por parte de las compañías aseguradoras o incluso rechazar reembolsos en caso de tener que remitir a un paciente a cuidado especializado.

Otro tema, dice Kimberly Gudzune, una especialista en obesidad en Johns Hopkins es que muchos doctores, sin importar su especialidad, piensan que el peso cae bajo su autoridad. Gudzune frecuentemente pasa meses trabajando con pacientes para establecer metas realistas, como jugar con sus nietos por más tiempo, dejar de tomar el medicamento para el colesterol, solo para que otro doctor amenace el progreso. Una de sus pacientes estaba logrando progreso significativo hasta que fue a un cardiólogo que le dijo que debía bajar 100 libras. “De repente regresan a sentirse que son un fracaso y hay que volver a comenzar,” dice Gudzune o quizá la paciente nunca regrese.

Y así trabajar dentro de un sistema que ni entrena ni los entrena ni los alienta a comprometerse de manera significativa con sus pacientes con mayor peso, los doctores recurren a recomendar dietas de moda y cayendo en sosos lugares comunes usándolos como motivación. Ron Kirk un electricista en Boston, dice que, por años, el primer recurso de su doctor era ponerlo en una dieta que no podía seguir más allá de unas cuantas semanas. Nos dijo, “me decían que la lechuga era un alimento que no engordaba,” y terminaba comiendo una cabeza entera de lechuga romanita para la cena.

En un estudio que registró 461 interacciones con médicos, solo el 13 por ciento de los pacientes obtuvo un plan específico de dieta o ejercicio y únicamente el 5 por ciento recibió ayuda para agendar una cita de seguimiento. «Puede ser estresante cuando [los pacientes] comienzan a hacer muchas preguntas específicas» sobre dieta y pérdida de peso, dijo un médico a los investigadores en 2012. «No siento que tenga tiempo para sentarme allí y darles asesoría privada sobre cosas básicas. Yo les digo, ‘Aquí hay algunos sitios web, revísenlos’ «. Una encuesta de 2016 descubrió que casi el doble de los estadounidenses con mayor peso ha probado dietas de reemplazo alimenticio -el tipo con mayores probabilidades de fracasar- nunca recibieron asesoria por parte de un dietista.

 

«Es casi negligencia médica», dice Andrew (no es su nombre real), un consultor y músico que ha sido pesado toda su vida. Hace unos años, en una visita de rutina, el médico de Andrew lo pesó, anunció que estaba «peligrosamente pasado de peso» y le dijo que hiciera dieta y ejercicio, sin dar especificaciones. ¿Debería seguir una dieta baja en grasas? ¿Baja en carbohidratos? ¿Convertirse en vegetariano? ¿Debería hacer Crossfit? ¿Yoga? ¿Debería comprar un jodido ThighMaster?
«Ni siquiera me preguntó qué estaba haciendo como rutina de ejercicio», dice. «En ese momento, estaba entrenando para viajes importantes de montañismo de invierno, yendo de excursión todos los fines de semana y asistiendo al gimnasio cuatro veces a la semana. En lugar de una conversación, recibí una frase. Sentí que todo el propósito era avergonzarme “.Todo esto hace que los pacientes con mayor peso tengan mayores probabilidades de evitar a los médicos. Tres estudios separados han encontrado que las mujeres gordas son más propensas a morir de cáncer de mama y cervicouterino que las mujeres que no son gordas, resultado atribuido parcialmente a su renuencia a ver a los médicos y someterse a pruebas de detección. Erin Harrop, investigadora en la Universidad de Washington, estudia mujeres de mayor peso con anorexia quienes, contrariamente al estereotipo tamaño cero de la mayoría de las representaciones de los medios, tienen el doble de probabilidades de vomitar, utilizar laxantes y abusar de píldoras para adelgazar. Las mujeres delgadas, descubrió Harrop, tardan alrededor de tres años en iniciar tratamiento, mientras que sus participantes pasaron un promedio de 13 años y medio esperando que sus trastornos fueran atendidos.»Gran parte de mi trabajo es ayudar a las personas a recuperarse del trauma de interactuar con el sistema médico», dice Ginette Lenham, consejera especializada en obesidad. El resto, nos dice, les ayuda a recuperarse del trauma de interactuar con todos los demás.

«Mi peso me pone ansioso. Estoy constantemente sumiendo el estómago cuando estoy de pie, y si estoy sentado, siempre tomo una almohada o un cojín del sofá para sostenerlo frente a él. Como estoy más cómodo es en mi bata de baño a solas. Al mismo tiempo, mi cerebro muere por recibir atención. Quiero estar en el escenario Quiero ser el que está sosteniendo el micrófono. Entonces, decidí dividir la diferencia con esta fotografía: actuar y ocultar. La peor parte es que, intelectualmente, sé que mi valor va más allá de las libras, pulgadas de cintura y estereotipos. Sin embargo, siento que tengo que esconderme.” Sam (no es su nombre real)

Si Sonya alguna vez olvidara que es gorda, el mundo se lo recordará. Me dice que ha dejado de tomar el autobús, porque puede sentir la irritación de los pasajeros que pasan junto a ella. Sarah, la directora ejecutiva de tecnología, se pone tensa cuando alguien trae bagels a una reunión de trabajo. Si toma uno, ¿están pensando sus empleados, «Ahí va la jefa gorda»? Si no lo hace, ¿la felicitan en silencio por mostrar cierta moderación?Emily dice que son las personas bienintencionadas las que verdaderamente la molestan, esas mujeres que la detienen en la calle y le dicen lo valiente que es por usar un vestido sin mangas en un día de 95 grados. Sam, el técnico médico, evita completamente el tema del peso. «Se supone que los hombres no deben pensar sobre estas cosas, y pienso sobre ello constantemente», admite. «Así que nunca me permito hablar sobre eso. Lo cual es extraño porque es lo más visible de mí «.Una y otra vez escucho historias de cómo la presión para ser un «buen gordito» en público se acumula y explota. Jessica tiene cuatro hijos. Cada semana hay una fiesta de cumpleaños o una reunión familiar o fiesta en alguna piscina, otra oportunidad de pararse alrededor de platos de costillitas y panecillos junto con las otras madres.Tu mente consciente está ocupada todo el día con cuántas calorías hay en todo, qué puedes comer y quién te está mirando», dice. Después de algunos comentarios invasivos a lo largo de los años como, ¿deberías estar comiendo eso? Ha aprendido a ser cuidadosa para desempeñar el papel de la gorda intachable. Mordisquea tomates cherry, bebe agua simple, se queda de pie e ignora los postres al final del bufé.
Luego, cuando la reunión termina, Jessica y los otros padres se reparten las sobras. Ella envuelve hamburguesas o ensalada de pasta o pastel de cumpleaños, lleva a sus hijos a casa y espera el momento en que finalmente se van a la cama. Luego, cuando está sola, se come todas las sobras ella sola, en la oscuridad.»Siempre está escondido», me dice. «Compro un paquete de helado y luego me lo como todo. Entonces tengo que ir a la tienda para comprarlo otra vez. Durante una semana, mi familia cree que hay algo de helado en el congelador, pero en realidad son cinco distintos «.Así es como funciona el fat-shaming (avergonzar a alguien por su peso): es visible e invisible, público y privado, oculto y en todas partes al mismo tiempo. La investigación consistentemente encuentra que los estadounidenses de mayor talla (especialmente las mujeres de mayor talla) perciben salarios más bajos y tienen menos probabilidades de ser contratadas y recibir asensos. En una encuesta de 2017, 500 gerentes de contratación recibieron una fotografía de una mujer solicitante con sobrepeso. El veintiuno por ciento de ellos la describieron como poco profesional a pesar de no tener ninguna otra información sobre ella. Lo que es peor, solo unas pocas ciudades y un estado (buen trabajo, Michigan) prohíben oficialmente la discriminación en el lugar de trabajo basándose en el peso.
Paradójicamente, a medida que el número de estadounidenses de mayor talla ha aumentado, los prejuicios contra ellos se han vuelto más severos. Más del 40 por ciento de los estadounidenses clasificados como obesos dicen ahora que experimentan estigma diariamente, una tasa mucho más alta que cualquier otro grupo minoritario. Y esto hace cosas terribles para sus cuerpos. De acuerdo con un estudio de 2015, las personas gordas que se sienten discriminadas tienen expectativas de vida más cortas que las personas gordas que no lo hacen. «Estos hallazgos sugieren la posibilidad de que el estigma asociado con el sobrepeso», concluyó el estudio, «es más dañino que tener sobrepeso».
Y, en un giro cruel, un efecto del prejuicio sobre el peso es que en realidad te hace comer más. El cortisol, la hormona del estrés, es el único diseño evolutivo que surte efecto cuando te está persiguiendo un tigre o, como resultado, de ser rechazado por tu apariencia, aumenta el apetito, reduce la voluntad de hacer ejercicio e incluso mejora el sabor de la comida. Sam, como muchas otras personas con las que hablé, dice que condujo directamente a Jack in the Box el año pasado después de que alguien le gritara, «¡Come menos!» desde el otro lado de un estacionamiento.

«No quiero ser retratada; esto no se trata de mi Se trata del tipo que siempre ves en la caminadora del gimnasio. O la chica que trae las más hermosas ensaladas al trabajo para el almuerzo todos los días. Se trata de la niñita que fue hostigada por su talla y del niño al que le dijeron que no era lo suficientemente hombrecito. No se trata de mí, pero si se hubiera tratado de mí cuando era esa niña gordita, tal vez no estaría parada aquí, con la cabeza contra la puerta, preguntándome si soy suficiente.» Erika

 

Hay una lógica sombría de cavernícola a nuestra agresividad hacia las personas gordas. «Estamos sintonizados con los cuerpos que se ven diferentes», dice Janet Tomiyama, investigadora de estigmatización en UCLA. «En nuestro pasado evolutivo, eso podría haber significado un riesgo de enfermedad y habría sido visto como una amenaza para tu tribu». Estas migajas biológicas ayudan a explicar por qué el estigma comienza tan temprano. Los niños de apenas 3 años describen a sus compañeros de talla más grande con palabras como «malo», «estúpido» y «flojo».Sin embargo, a pesar de que el peso es la principal razón por la cual los niños son hostigados en la escuela, las instituciones de salud pública de E.U.A. Continúan aplicando políticas perfectamente diseñadas para inflamar la crueldad. Las campañas de TV y los espectaculares todavía usan eslóganes como «Demasiado tiempo de uso de pantallas hará a tu niño gordo » y «Ser gordo le quita la diversión a ser un niño». Cat Pausé, investigadora de la Universidad Massey en Nueva Zelanda, pasó meses buscando una sola campaña de salud pública, en todo el mundo, que intentara reducir la estigmatización contra las personas gordas sin éxito. En un incendiario caso de buenas intenciones fallidas, alrededor de una docena de estados ahora envían a los niños a casa con «tarjetas de calificación de Índice de Masa Corporal (I.M.C.)», una intervención que probablemente no tendrá ningún efecto sobre su peso pero que seguramente aumentará el hostigamiento por parte de las personas más cercanas a ellos.
Esto no es una preocupación abstracta: Encuestas de adultos con mayor peso encuentran que sus peores experiencias de discriminación provienen de sus propias familias. Erika, una educadora de salud en Washington, todavía puede recitar la palabra que su padre usaba para describirla: «corpulenta». Su abuelo prefería «rechoncha». Su madre nunca dijo nada sobre el cuerpo de Erika, pero no tenía que hacerlo. Estaba obsesionada con el suyo, llamándose a sí misma «enorme» a pesar de ser dos tallas más pequeñas que su hija. Para el momento en que Erika tenía 11 años, salía a hurtadillas a internarse en el bosque detrás de su casa a vomitar en el arroyo cada vez que las ocasiones sociales hacían que morir de hambre fuera imposible.
Y el abuso por parte de los seres queridos continúa hasta la edad adulta. Una encuesta de 2017 encontró que el 89 por ciento de los adultos obesos habían sido hostigados por sus parejas románticas. Emily, la consejera, dice que pasó su adolescencia y sus veintes «durmiendo con hombres que no me interesaban porque ellos querían acostarse conmigo». En su cabeza, un hombre interesado en ella era un recurso raro y agotado que no podía permitirse desperdiciar: «Estaba desesperada por que los hombres me prestaran atención. El sexo era una buena manera de hacerlo «.
Finalmente, terminó teniendo una relación con alguien abusivo. Él le decía mientras tenían relaciones sexuales que su cuerpo era hermoso y luego, a la luz del día, que era repugnante. «Cada vez que intentaba dejarlo, le decía: ‘¿Dónde vas a encontrar a alguien que tolere tu repugnante cuerpo?'»

Emily finalmente logró alejarse de él, pero es consciente de que su vida amorosa siempre será tensa. El chico con el que está saliendo ahora es delgado, «piensa en Tony Hawk», dice ella, y nota las miradas que se dan cuando se toman de la mano en público. «Eso nunca pasaba cuando salía con tipos gordos», dice ella. «A los hombres delgados no se les permite sentirse atraídos por mujeres gordas.»
Los efectos de los prejuicios sobre el peso empeoran cuando se estratifican con otros tipos de discriminación. Un estudio de 2012 encontró que las mujeres afroamericanas tienen más probabilidades de deprimirse después de internalizar la estigmatización sobre el peso que las mujeres blancas. Los adolescentes hispanos y negros también tienen tasas significativamente más altas de bulimia. Y, en un hallazgo notable, las personas de color ricas tienen tasas más altas de enfermedades cardiovasculares que las personas de color pobres, al contrario de lo que sucede con las personas blancas. Una explicación es que la navegar en espacios mayoritariamente blancos, y mayores riesgos, ejerce presión sobre las minorías raciales y, con el tiempo, los hace más susceptibles a problemas cardíacos.

Pero quizás el aspecto más singular de la estigmatización sobre el peso es cómo aísla a las víctimas entre sí. Para la mayoría de los grupos minoritarios, la discriminación contribuye a un sentido de pertenencia, una comunidad en oposición a la mayoría. La comunidad gay; Los mormones apoyando a otros mormones. Sin embargo, encuestas realizadas a personas de mayor peso, revelan que tienen muchos de los mismos prejuicios que las personas que los discriminan. En un estudio de 2005, las palabras con las que los participantes obesos solían clasificar a otras personas obesas incluían glotones, sucios y perezosos.

Andrea, una enfermera jubilada en Boston, ha estado en dietas comerciales desde que tenía 10 años. Ella sabe lo difícil que es adelgazar, sabe por lo que están pasando las mujeres de talla más grande que ella, pero todavía lucha para no juzgarlas cuando las ve en público. «Pienso, ‘¿Cómo dejaron que sucediera?'», Dice ella. «Es más bien miedo. Porque si no me restrinjo, seré tan grande como ellas.»

Su postura es demasiado comprensible. Con tan solo 9 o 10 años, sabía que salir del clóset es lo que hacen las personas homosexuales, aún si me tomó otra década realmente hacerlo. Las personas gordas, sin embargo, nunca tienen un momento para declarar su identidad e identificarse como parte de un grupo distinto. Todavía viven en una sociedad que cree que el peso es temporal, que perderlo es urgente y alcanzable, que estar cómodos en sus cuerpos es simplemente «glorificar la obesidad». Este limbo, esta mentira, es por lo que es tan difícil para las personas gordas descubrir a los otros o incluso a ellos mismos. «Nadie cree en nuestra historia sobre como las cosas mejoran», dice Tigress Osborn, directora de alcance comunitario de la Asociación Nacional para Avanzar en la Aceptación de la Gordura. «No se puede reclamar una identidad si todos a tu alrededor dicen que no existe o no debería existir».

Harrop, la investigadora de trastornos alimenticios notó hace varios años que su universidad tenía clubes para estudiantes trans, estudiantes inmigrantes, estudiantes republicanos, pero ninguno para estudiantes gordos. Ella comenzó uno, y ha sido un fracaso rotundo y absoluto. Solo un puñado de personas gordas se han presentado alguna vez; la mayor parte del tiempo, personas delgadas se reúnen a reflexionar sobre cómo ser mejores aliados.

Le pregunto a Harrop por qué cree que el grupo ha sido un fiasco. Es sencillo, me dice: «Las personas gordas crecen en la misma cultura de odio hacia la gordura que las personas que no son gordas.”

«Creo que algunas personas realmente se sorprenden que un hombre que luce como él esté con una mujer como yo. Como persona gorda, soy muy consciente de cuándo me están observando, y nunca antes me habían mirado tanto. Entonces pensé que tomar la foto en público sería una buena idea. Se siente subversivo mostrar mi cuerpo gordo haciendo cosas normales que el mundo cree que no hago o no puedo hacer.» Emily

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

​Sissy that walk…

El tema sobre el que hablaremos esta semana es complejo, Le he dado vueltas en mi cabeza al menos un millón de veces. Desde la ocasión en que no reuní el valor para escribir sobre él y posponerlo por casi un mes. La razón principal es que no quiero que se llegue a malinterpretar lo que digo y se llegue a confundir con discriminación. Sin embargo, no he abandonado el tema porque creo que es algo de lo que no se habla y necesita voz.

Hemos dicho casi hasta el hartazgo que si eres hombre, blanco, cisgénero, heterosexual y por lo menos de clase media, tienes el mundo a tus pies debido al privilegio masculino. No cubrir todos los requisitos no significa la pérdida del privilegio solo significa que habrá que sobrecompensar en otros rubros.

El hombre tiene privilegios por el hecho de nacer hombre, no importa si ese hombre es gay. Efectivamente a este hombre gay el mundo no se le pone a sus pies a la primera porque no cubre los requisitos del ideal masculino, la misoginia también existe en la comunidad gay.

Desafortunadamente ellos también son educados en la cultura heteropatriarcal donde las mujeres seguimos siendo vistas como objetos utilitarios. Ser gay no los exime mágicamente de pensar que lo femenino es negativo y los hombres con cualidades femeninas son vistos como si fueran de segunda. Ser gay no nos vuelve aliados automáticamente ni siquiera dentro del mismo arco iris.

El mercado rosa está dedicado a abrir espacios, negocios y medios para ellos. Una de las razones principales es porque se considera que son ellos quienes tienen el poder adquisitivo. ¿Cuántos espacios exclusivos para lesbianas conocen? Lo cierto es que las mujeres queer se ven relegadas a un día entre semana para tener un espacio exclusivo. En cambio los hombres gay tienen acceso a espacios exclusivos o aquellos que principalmente funcionan de acuerdo a las necesidades de sus clientes gay, y que permiten compartir los espacios con el resto del espectro del arco iris.

Sin embargo, creo que la parte más importante donde necesitamos hacer hincapié con los hombres gay es en el consentimiento. El tocar a una mujer sin su consentimiento no está bien, no importa si no la están tocando de manera sexual.

Necesitan asegurarse que la mujer a la que van a tocar quizá mientras bailan necesita estar de acuerdo con ser tocada. El otro punto es la repulsión hacia lo femenino, hay muchos hombres gays que se consideran Sissy Boys (como reapropiación del término ya que sissy era un término peyorativo para hombres aféminados)  y se sienten discriminados por actitudes misóginas. Piénsenlo bien antes de actuar bajo las reglas del heteropatriarcado que también los limita y critica. Podemos ser aliados y trabajar juntos en una nueva construcción de una masculinidad más incluyente, en un mundo más incluyente donde no tengamos que cumplir una lista de requisitos que nos definan.
Esther Strange 

La teoría queer

Tenemos la mala costumbre de ponerle etiqueta a todo, y tal pareciera que las cosas que no entendemos, son difíciles de etiquetar, de entender, de comprender.

Nos gusta estereotipar todo y agruparlo, y lo que no entra en esos conceptos alguien decidió que es «raro».

La palabra queer, como adjetivo es entendido como ‘raro’, ‘torcido’ o ‘extraño’ y  su contraparte se define como straight, que significa “de­recho” o “heterosexual”.

¿Pero de verdad le tenemos que poner título a algo?

Yo desde aquí reconozco a las personas, queer o no, que diariamente tienen que luchar contracorriente, que tienen que vivir dándole explicaciones a todos los que intentan que encajemos en un concepto.

Hoy más que nunca, yo celebro la diversidad.

 

 

 

 

Rainbow roots

2e4fdcc61a5cb5195883b386c00780d1Hace un rato leía a una mujer transgénero quejarse sobre las Feministas Radicales Trans Exclusionistas (TERFs) y sobre el privilegio de ser cisgénero. Considero que el feminismo del que parto es interseccional, y mi condición de mujer blanca cisgénero es efectivamente un privilegio.

No solo eso, mi condición de mujer queer también es un privilegio y vivo mi pansexualidad desde el privilegio de ser una mujer blanca, cisgénero, queer, casada con un hombre cisgénero y heterosexual. No me había dado cuenta a qué grado llegaba el privilegio hasta el día en que escribí el siguiente texto a manera de protesta por el feminicidio de Lesvy en la UNAM y la manera como fue manejado el caso:

#Simematan seguro va a ser por puta, por salir a la calle sin mi marido. Por usar vestido y medias, por andar maquillada, porque lo estaba buscando por usar escote, por no estar titulada, por andar de revoltosa, por ser feminista, por ser independiente, por tener 34 tatuajes, porque quizás le sonreí al asesino y lo confundió con coquetería, porque es mi culpa que el ser amable se confunda con coquetería, porque no me quedé callada, porque una mujer decente no sale después de la ocho fuera de casa sin su marido, porque me gustan las mimosas con el almuerzo, porque me bebí una cerveza de la botella, porque salí a divertirme o no sin mi marido, al final de todo es por ser mujer y por puta, sobre todo por puta. Eso dicen los medios, ¿no?”

Omití ser queer, no lo noté hasta que lo releí y decidí editarlo. Ser pansexual no es todo lo que soy es verdad, tampoco es el eje central del feminismo que construyo, donde aprendo, reaprendo, desaprendo, deconstruyo y me reconstruyo a mí misma. Es una característica más como el color avellanado de mis ojos. Sin embargo, para muchas de mis amigas su orientación sexual es parte de lo que las define y de lo que ha construido su historia.

Eso no quiere decir que no haya sido discriminada o señalada como minoría. He perdido la cuenta de las veces que me han dicho que estoy confundida con respecto a mi orientación sexual, que me han buscado solo para un trío, o que me han dicho que soy promiscua cuando me consideraba bisexual, cuando definí que en realidad era pansexual, de confundida y promiscua pasé a puta, y como el solo hecho de ser mujer y ejercer mi sexualidad como mejor me plazca ya me hace puta, creo que me lo tomé con una cucharada de sarcasmo y dos de azúcar.

Lo cierto es que el hecho de estar en una relación monógama, con un hombre cisgénero heterosexual no me vuelve mágicamente heterosexual. De igual manera me siento atraída a algunas personas sin importar su género u orientación sexual, solo decidí vivir mi vida con este hombre maravilloso porque es la persona que amo.

Sin embargo, sé que vivir mi pansexualidad desde esta relación es un privilegio, por eso creo que no lo sentí como una de las razones que usarían para justificar el ejercicio de mi supuesto asesinato, porque la razón principal sería por puta, puta por salir sin mi marido, puta por maquillarme, puta por sonreír, puta por mi sexualidad, por eso lo omití.

Es necesario recordarme que es un privilegio que cuando me ven tomada de la mano de mi marido no me malmiren por manifestar mi afecto hacia la persona que amo, que no tengo problemas para hacer trámites legales que involucren a mi esposo, que nadie se cuestione nuestros roles en la relación, que no nos hagan preguntas invasivas sobre nuestra intimidad.

Es necesario porque si lo pierdo de vista estoy traicionando la interseccionalidad de mi feminismo, pero aún más importante estoy traicionándome a mí misma, ya me llevó mucho tiempo aceptar quien soy y quererme así, para negármelo a mí misma por comodidad u omisión. Sigo siendo parte del arcoíris.

Esther Strange

No me llamo Penny Lane, mi nombre es Lady Goodman

The convenient thing about being a magical woman is that I can be gone as quickly as I came. 1

Manic Pixie Dream Girl (MPDG) es un arquetipo cinematográfico, el término fue acuñado por el crítico de cine Nathan Rabin, es un personaje femenino que existe para inspirar al protagonista frecuentemente melancólico o deprimido, a abrazar la vida y seguir con su camino.

Hear that? That’s the sound of you becoming a better person.2

MPDG es una mujer imposiblemente bella, que no se esfuerza, es tan extravagante y adorable como despreocupada, desligada, nada le afecta. Existe para ayudar al protagonista a encontrar su propio potencial, su hambre por la vida, su habilidad de madurar. Ella se desdibuja mientras él crece. Al final de la película ya ni siquiera la recordamos, porque al ser una mujer mágica puede desaparecer tan rápido como apareció.

Manic pixie dream girl says I’m going to save you.3

Ojalá esto se quedara en un arquetipo cinematográfico, ya es bastante malo ver mujeres diluidas en la trama, ser utilizadas como escalones, minimizadas, apenas nombradas, dejadas en lo anecdótico, casi de burla porque lo que las hace adorables también las hace objeto de burla, porque son pequeños caprichos y excentricidades. Mientras ella se disuelve, él toma fuerza; lo que es odioso en ella, es una virtud en él.

Ella lo hace mejor persona, pero no a su lado, de lejos; ni remotamente debemos pensar que ella es una persona con sueños, deseos, esperanzas, apenas asomarnos a ese instante de vulnerabilidad donde ella parece convertirse en algo más que un pasamanos o un camino amarillo para que él llegue al otro lado. Apenas sí, pero no del todo, porque lo que ella es se refleja en él. Porque si ella se vuelve humana se pierde el interés y se convierte en cualquier otra chica.

Ya es bastante malo ver a una mujer ser un objeto utilitario en el camino del héroe, que se desvanece cuando él llega a su destino y se convierte en una persona completa por primera vez, como despertar de un sueño.

But this isn’t about me!4 

¿Cuántas veces hemos escuchado? “Detrás de un gran hombre existe una gran mujer.” Uno creería que el arquetipo cinematográfico solo es un sueño guajiro de un guionista hombre con poca visión e imaginación, sin importar cuantas veces lo vuelvan a filmar y a vendérnoslo hasta el hartazgo. También en el día a día debemos estar ahí para atender y hacer mejores personas a los hombres de nuestras vidas. Tras bambalinas, claro no vaya alguien a acordarse de que eres más que una agenda, objeto decorativo, contestadora, entre otras muchas tareas para que él pueda salir al mundo y robarse la escena, la película, la vida. Nos enjaretan el discurso a cucharaditas amorosas y deberíamos saber hacer desde el nudo de la corbata hasta la cena maravillosa para el jefe. Sin robar el foco por favor.

Let me build myself smaller than you, let me apologize when I get caught acting bigger than you5.

La mujer detrás del hombre exitoso no puede ser de ninguna manera mejor que él, no puede salvarlo para redimirse, tiene que salvarlo para estar tras la cortina, donde nadie o casi nadie recuerde su existencia, no puede ser más simpática, más inteligente o más exitosa, ni siquiera puede ser demasiado bella. Él es todo lo que importa, ella no debe ser memorable, apenas para que él tenga sentido y veamos que es humano.

“I’m not a concept. Too many guys think I’m a concept or I complete them or I’m going to ‘make them alive’…but I’m just a fucked-up girl who’s looking for my own peace of mind. Don’t assign me yours.”

Esta cita de Charlie Kaufman de Eternal Sunshine of the Spotless Mind destruye el arquetipo. No soy un concepto, no existo para salvarte, mis excentricidades no existen para que tú te veas mejor, quizá sea un desastre, pero mi vida no gira en torno a que tú seas una mejor persona, estoy construyéndome a mí misma y es todo lo que puedo manejar ahora. Tu salvación no está en mis manos. Obviamente no es una traducción literal es una interpretación libre. Hubo quien quiso que tuviera el rol de una MPDG y los salvara y los hiciera una mejor persona desde las bambalinas desdibujada y casi inexistente, pero el arquetipo nunca fue para mí. La única salvación que está enteramente en mis manos es la propia y soy protagonista de mi propio destino, no necesito ser invitada a ser un poco memorable papel de reparto.

1,2,3,4  Manic Pixie Dream Girl Says, New American Best Friend, Olivia Gatwood,

Esther Strange

 

 

Manterrumping ¿exclusivo de los hombres?

Todos hemos sufrido la incómoda situación en la que estás diciendo algo y alguien te interrumpe para completar tu relato, o corregirlo o simplemente ni te está prestando atención y quiere imponerse.

He de confesar, que como muchos temas de los que me ha tocado escribir en este espacio, no estaba familiarizada con el término “manterrumping” ,una expresión para definir la interrupción innecesaria del discurso por parte de un hombre a una mujer

Pero, por favor no me juzguen, pienso que esto se da de igual medida tanto en hombres como mujeres, y creo también que más allá de un tema sexista o de superioridad, es cuestión de la necesidad de atención que tenemos algunas personas.

Por ejemplo, yo soy muy de esas que interrumpe para contar las cosas a mi modo porque siempre creo que yo lo cuento mejor, o yo sí me acuerdo, o yo soy la que tengo razón.  Una opinión equivocada, pero la verdad es que tengo “attention issues”

Siendo sincera, y desde mi perspectiva, nunca he sentido que un hombre, por el simple hecho de serlo se quiera imponer en alguna plática, así que en esta ocasión lo único que puedo es emitir mi opinión y comprometerme a respetar el discurso de cualquier persona, y por su puesto, esperar mi turno para hablar.

Manterrupting

wont_be_silenced_app_2Me topé con el neologismo manterrupting navegando por internet para ser precisos en una página de diseño y me llamó la atención porque siento que se complementa y se nutre del mansplaining, sin embargo, no son la misma cosa. También me llamó la atención que existiera una campaña de visibilización y erradicación de la práctica y que hasta existiera una app.

Manterrupting tal como suena es una expresión inglesa para definir la interrupción innecesaria del discurso por parte de un hombre a una mujer, y pasa todo el tiempo en la escuela, en el trabajo, en los mismos conversatorios para mujeres.

Desafortunadamente las mujeres estamos acostumbradas a ser interrumpidas por una voz con más autoridad que la nuestra, y sucede desde que somos pequeñas. Alguien más se lanza a contar la anécdota que tímidamente comenzabas a contar y estamos acostumbradas a dejar que suceda sin poner un alto y volver a tomar la palabra. En un estudio del 2014 de la Universidad George Washington descubrieron que las mujeres en el estudio son interrumpidas por hombres 2.1 veces durante una conversación de 3 minutos. En otro estudio de la Universidad de California- Santa Bárbara encontraron que 47 de 48 interrupciones en una conversación eran hombres interrumpiendo mujeres.

Entiendo que a veces no nos guste ser el centro de atención, pero las voces de todos merecen ser escuchadas, al menos es lo que la app Woman Interrupted nos dice en la descripción de su app Equal rights start with equal voices (La igualdad de derechos comienza con la igualdad en las voces). La app se enciende al inicio de la conversación y lleva una bitácora de cuantas veces a lo largo de la junta o reunión las voces femeninas son interrumpidas por voces femeninas. La intención de la app no es grabar sonido, solo llevar la contabilidad, de manera en que se pueda hacer evidente la frecuencia y la naturalidad con que sucede.

Los hombres están tan acostumbrados a que sus voces sean escuchadas que muchas veces no se dan cuenta de que ejercen esta práctica de manera sistemática. Mi marido me preguntaba el día de hoy si él incurría en esta práctica y le dije que conmigo no lo hacía. Sin embargo, si llega a ejercerla en algunas ocasiones. Hace algunas semanas se llevó a cabo un conversatorio en honor al día de la mujer, la convocatoria estaba organizada por una mujer hacía un público mayoritariamente femenino donde todo estaba planeado de manera que las voces de las mujeres participantes fueran las protagonistas. Mi esposo llegó a interrumpir a alguna de las compañeras para dar su punto de vista. Se lo hice saber y creo que en adelante será más fácil que lo haga consciente de manera cotidiana.

Espero que muchos hombres en nuestras vidas estén dispuestos a hacerlo consciente también de manera en que compartamos verdaderamente el espacio y las voces y logremos espacios diálogo y discusión que sean verdaderamente incluyentes.

Esther Strange

La presión de ser bonita

El otro día, estuve filosofando muchísimo sobre los estándares de belleza que la mayoría de las mujeres sentimos que debemos de cumplir. Quizá lo empecé a pensar porque vi un video en Facebook de cómo una chava procuraba despertar antes que su pareja, para lavarse los dientes, maquillarse para lucir unas cejas y unas pestañas de ensueño y volver a recostarse en una posición ideal para que el chico la viera perfecta ¿En serio?

Como menciona Esther en su columna, la presión por ser bonita nos la inculcan desde chiquitas, con frases tan destructivas como, en muchos casos, inocentes que escuchamos a lo largo de toda nuestra vida.

Y no conforme con toooda la presión social que recibimos para ser bellas como una cuota que tenemos para sentirnos “más mujeres” a mí me parece muy grave la que nos imponemos, tanto para nosotras, como para otras mujeres. Y es que simplemente lo que no encaja en los estándares que la moda dicta, está mal. Juzgamos y nos compadecemos de lo que no es “bonito” y entonces desencadenamos tristeza, frustración, baja autoestima y sabotaje. No nos es permitido tener un mal día, no tener un cabello algo menos que perfecto, ni no vestir como la moda lo dicta; no está bien salir en pants o de cara de lavada a menos que tengamos un rostro y una piel de modelo de revista, por que “Dios nos libre de las mujeres fodongas” (sarcasmo) No, no es justo y no es sano presionarnos como lo hacemos.

Usar maquillaje, extensiones o una faja no está mal, lo que debemos pensar es el motivo por el cual lo hacemos. Yo personalmente me cansé de luchar contra lo que soy y frustrarme por lo que no soy,  y desde ese momento soy un poco más feliz.

Bonita

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La presión por ser hermosas sucede desde niñas. Nos dicen que debemos ser bonitas, es la primera cualidad que se le alaba a las niñas siempre, y si la niña no es bonita debe esforzarse por aparentarlo.

Nos quejamos de los concursos de belleza infantiles, las madres de las niñas parecen sacadas de otro planeta. Sin embargo, ¿se han preguntado qué es lo primero que le dicen a una niña cuando la conocen por primera vez? Analicen con cuidado lo que dijeron y se darán cuenta que fue algo como: “¡Qué bonita!, ¡Qué bonito vestido!, ¡Qué lindo tu pelo!” Esto deja a las niñas muy vulnerables. Les estamos enseñando que la apariencia es más importante que su personalidad y los talentos que pueda tener.

Si una niña es líder y sabe expresar su opinión se le acusa de mandona. Nadie le dice que sea inteligente, o por lo menos interesante. Ni siquiera le dicen que lo que hoy se considera bello puede que ya no lo sea para cuando haya crecido.

La belleza nos la inculcan como si ser bonita fuese el precio que hay que pagar como peaje en el mundo por ser mujer. Así me tropiezo en casa de mis tías con un anuncio televisivo que me dice que debo sonreír porque me hace ver más bella, pero que debo tener cuidado con las líneas de expresión, por lo que debo usar una crema para poder sonreír sin miedo.

Hay un peso enorme sobre la importancia de la belleza en las mujeres, nos bombardean con imágenes todo el tiempo, nos dicen que debemos arreglarnos, que debemos sonreír, que debemos vernos de cierta manera, como si nuestro único propósito fuese ser bellas. Nos dicen hasta el cansancio que no importa si nosotras nos consideramos bellas, si estamos a gusto con nuestro cuerpo o con quienes somos, lo verdaderamente importante la validación de los otros en especial de los hombres.

Se nos sigue tratando como objetos decorativos, y hay una serie de industrias que sustentan esa idea. La industria de la moda, la cosmética, la industria editorial, la cirugía plástica. Todos quieren hacernos parecer la misma mujer de molde bella, sonriente y vacía, como de producción en serie.

No le debemos el ser bellas a nadie, no estamos obligadas a serlo, al menos no bajo los cánones de belleza tradicionales. No necesitamos cubrir una lista de requisitos para ser mujer, no necesitamos la validación de nadie más para sentirnos bellas, no es necesario asignar la belleza a tus atributos físicos. Puedes ser bella porque tienes confianza en ti misma, porque eres capaz e inteligente, porque eres amable o una buena persona.

Me parece que es muy importante dejar de decirle a las niñas que deben ser bonitas y que su valor está basado en su apariencia y mucho menos decirles que necesitan la validación de alguien más para sentirse bellas si así lo deciden.

Esther Strange